Publicamos la nota de Fabián Magnotta de marzo 2002 en el diario El Argentino, con una semblanza sobre el enorme artista uruguayo que se ha ido.
“Ojito” el mago
Rubén "Ojito" Giménez recuerda cuando con unos tarros viejos se escapaba de la mirada de su madre para hacer sus primeras armas en la percusión; se detiene en su llegada a Gualeguaychú hace más de veinte años, y detalla los ritmos que atrapa en su reconocida batucada. Bienvenido sea el reconocimiento a un hombre humilde, apasionado, disciplinado y talentoso que ha dejado una huella profunda y todavía señala un horizonte claro para el Carnaval del País.
La mano sabia se eleva en la noche hacia la luna del corsódromo.
Sus dedos rompen la brisa y dibujan la música. Bajan, suben, se detienen, juegan y siguen.
Otra vez está él, el mago, con una galera desde el cual hace volar palomas de belleza.
Concentrado, inmutable, en lo alto. Genial.
¿Quién puede distraerse cuando sus pies patinan en el escenario? ¿Quién puede aislarse de tanta magia? ¿Quién puede fingir sordera ante el dueño del tamboril? ¿Quién puede atreverse a decir que no lo vio, que no se acuerda?
En realidad, parece que el redoblante lo hubiera inventado él.
Uno puede imaginárselo durmiendo con el tamboril al costado, como parte de su cuerpo, como el compañero inseparable de sus interminables noches de gloria y de sus largos crepúsculos de silencio. Allí está Ojito otra vez. Se va, se queda, se desliza. Frena y vuelve.
Como siempre, como antes, como en las llamadas carnavaleras de la familiar Montevideo de los años 70, como en los primeros carnavales ”grandes” de la 25 o de la Rocamora, pero renovado
Como Maradona, que era igual en el potrero que en la final del Mundial, Ojito toca con la misma altura en el patio o ante 30 mil personas: cuando toma el redoblante, no hay nada que interrumpa su romance con los duendes.
Es uruguayo de nacimiento, pero se ha convertido en uno de los símbolos del Carnaval más importante de la Argentina
Es que decir Ojito es decir carnaval y decir Ojito es decir batucada. Y decir batucada es hablar del batuque, ese baile introducido en Brasil por los negros africanos que también llegó para quedarse por estas tierras.
El candombe, que Ojito reivindica como su sangre, surgió entre los esclavos negros como forma de mantener contacto con sus raíces africanas, y se convirtió paulatinamente en un elemento liberador. Ese candombe ha perdurado en la rica trama del ritmo de los tambores, denominados el chico, el repique y el piano.
De toda esa conjunción de culturas llega Ojito, un hombre a quien allá cuando amanecían los años ochenta fueron a buscar a la localidad de Mercedes, República Oriental del Uruguay, para que integrara la entonces flamante comparsa O Bahía, del Club Pescadores, y también arribó para quedarse por estas tierras.
"En el ritmo de la batucada influyó el ritmo de la caseta, ese ta-tá/ta-tá impresionante", explica Ojito mientras repica, para definir al ritmo de su batucada como "casi de candombe mezclado con samba, y ahora algo de bossa nova" .
Rubén Marino Giménez, nació en Mercedes el 26 de octubre de 1946. En Uruguay, como corresponde, le dicen Rúben, con acento en la ú. En la tribuna, quienes no lo conocen y lo admiran, lo llaman El Viejo, por eso de las canas tempraneras.
Empezó a encontrarle el sentido a su vida cuando se escapaba a la siesta, y después, más grande, iba escondido a los bailes de carnaval. .Ese chiquilín inquieto olfateó que el destino andaba por esos rumbos, pese a que en su árbol genealógico nunca pudo encontrar a otros músicos.
LA MUSICA DEL DESTINO
"A mí siempre me encantó la parte de percusión. La finada mamá era contra de eso de los carnavales. Y en esos tiempos, por la parte económica, era imposible comprar un redoblante o un tambor, así que los armábamos con unos tarros de aceite y unos alambres finos”, recuerda con un tono uruguayo que no se le irá jamás.
Lejos ya de aquel gurí que se escapaba con los tarros de aceite, por ahí cerca, nomás, se gana la vida con lo que le gusta pero no a escondidas, sino como un empleado municipal especializado: tiene a su cargo el Conservatorio de Música de Mercedes y es responsable de las bandas de Mercedes, Villa Soriano, Palmitas, Santa Catalina y Rodó. En total, unos cuatrocientos chicos de entre 10 y 18 años lo tienen como maestro.
"Uno de mis hijos me salió para la música. En el año 95 salió conmigo, y después creo que la mujer no lo dejó más... (se ríe) Ahora fui a Mercedes y me dijo que sí o sí va a salir el año que viene...", se entusiasma.
Seguramente, los millones de ojos que han presenciado el Carnaval de Gualeguaychú, están lejos de destinarlo al gris del olvido.
Ellos han disfrutado de ese momento inolvidable del show, pero probablemente desconozcan lo que sucede antes.
Ojito llega a la hora señalada, ordena uno a uno, como en un diagrama, a los 34 integrantes de la batucada y se sienta solo, sin que nadie lo moleste, abstraído antes de la ceremonia. Son los momentos sublimes, cuando el artista se recorre el alma.
EL OÍDO DETECTOR
Ya con el ritmo encendido, gracias a su oído privilegiado es capaz de detectar de espaldas de cuál de los redoblantes se ha escapado alguna equivocación.
En ese caso, después llama aparte al batuquero y se lo dice. "En el corsódromo no se puede parar, y cuando uno ensaya hay también mucha gente, así que nunca los reto en público... En los ensayos soy muy exigente, es cierto, porque en esto no se puede fallar", explica, para agregar con orgullo que "tengo en la batucada a dos ex directores, que son Héctor Maizegui y Julio Bianchin que fue el único que me ganó un vez".
Los integrantes de la batucada tienen sólo una orden: mirar las: señales que surgen de la partitura, es decir de las manos del maestro.
"Las órdenes se dan con los dedos. En la batucada todos conocen perfectamente las órdenes. La palma abierta, un dedo, dos dedos, cuando achico o agrando.. Cuando cierro el puño, quiere decir que corto, que no hay más ritmo y que después empieza el show", señala.
Acaso en sus momentos de linda soledad -esos instantes de los atardeceres en que se improvisan los balances- -siente que es un poco un mito vivo. Pero él, en realidad, hace poco caso a los brillos tentadores de la lisonja.
"¿Ídolo? No... A mí me gusta esto, y en la comparsa no me siento más que nadie. En la calle sí, me reconocen, me saluda la gente" dice Ojito, y simplifica tanto la respuesta que la agiganta más Un poco como Borges cuando decía que escribía para él y para sus amigos.
Por último, Ojito deja una breve reflexión sobre el Carnaval de Gualeguaychú: "El principal desafío del Carnaval es mantenerse en un nivel tan alto. Yo creo que hoy todo pasa por la organización la prensa y los precios".
EL VIEJO ES EL VIEJO
Después se queda haciendo alguna broma, con su mate amargo y sus cigarrillos largos, con su mujer y siempre con la puerta abierta, casi como un símbolo.
Esas son las compañías habituales en su mundo de redoblantes, platillos, bases, baquetas palillos. Y efectivamente, todos los tamboriles están apilados en el living de su casa, porque "no se pueden dejar en cualquier lado".
Miles y miles de aplausos de personas de pie, han sido para él. Acaso ni los escucha, absorto en el largo beso enamorado con e suave y armónico golpe de la música.
La gente le pide más y le grita con un "sh" no atrevido, sino respetuoso, porque al fin y al cabo él pertenece al pueblo, definitivamente. Mantiene la elegancia humilde, la "sabiduría silente, la sencillez soberbia de los grandes, ese concepto de disfrutar despacito el licor de la vida que tienen los uruguayos elegidos.
Es una noche de marzo. Termina el Carnaval y por allá se pierde él en la larga pasarela. Se va con la galera imaginaria, con su gracia y sus sonidos calientes, pero se aleja sin irse del todo para volver a jugar el mismo juego, porque las cosas eternas dicen hasta luego y nunca adiós.
Los espectadores caminan, conversando, mientras en el aire de la vieja estación retumban todavía los sonidos y las luces se resisten al ocaso.
-Che... Están muy bien todas las batucadas- le dice una mujer a su amiga.
-Sí, pero el Viejo es el Viejo, sentencia la otra como única respuesta.
La estrella está en sus manos, en esas manos que hay que mirar El estilo está en sus pasos, que dibujan sobre el pentagrama de la noche y en esa cadencia que toca el cielo y vuelve.
Cierta vez, quizás alguien pueda ver los hilos que desde sus dedos viajan hasta los redoblantes y allí sí, quedará definitivamente descubierta la trampa que desde hace años nos viene haciendo el mago. Algunos aseguran que lleva a la batucada y a la pasista atadas con el alambre fino que quedó de las siestas chiquilinas en Mercedes, pero eso todavía no ha sido demostrado.
Tenemos que seguirlo entre todos y turnarnos para espiarlo: alguna vez, distraído, se va a equivocar y habremos descubierto, por fin, cómo era el truco de los hilos invisibles.
FABIAN MAGNOTTA
GUALEGUAYCHÚ, PROVINCIA DE ENTRE RÍOS
EL ARGENTINO - Domingo 10 de marzo de 2002
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