“Denunciar las injusticias no es un invento del papa Francisco…“ Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
Denunciar las injusticias no es un invento del papa Francisco. La dimensión social de la fe, que arranca en la piedad judía expresada por Moisés y los Profetas. La fe en Dios como Creador del universo nos hacer ver el mundo y sus bienes como un don de su amor. En el proyecto amoroso de Dios no tiene lugar la injusticia, el hambre, la guerra. El corazón humano se aleja de Dios cuando acumula y despilfarra, como denuncia Jesús al hombre rico que derrocha y no tiene en cuenta al pobre Lázaro (Lucas 16, 19-31).
San Juan Pablo II escribió una Encíclica en 1987 que lleva como título el utilizado en este artículo, “La preocupación social de la Iglesia” (en latín, sollicitudo rei socialis). En el número 33 nos enseña que “No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos”. Indica de este modo “la contradicción intrínseca de un desarrollo que fuera solamente económico. Este subordina fácilmente la persona humana y sus necesidades más profundas a las exigencias de la planificación económica o de la ganancia exclusiva”.
Señala además que “en el orden interno de cada Nación, es muy importante que sean respetados todos los derechos” (número 33). Y a nivel global, “tanto los pueblos como las personas individualmente deben disfrutar de una igualdad fundamental sobre la que se basa, por ejemplo, la Carta de la Organización de las Naciones Unidas: igualdad que es el fundamento del derecho de todos a la participación en el proceso de desarrollo pleno”. No se trata entonces de concesiones voluntarias de los jefes de estado, del nivel que sea. Es parte de lo establecido por el Creador y acordado en el ámbito de los organismos internacionales.
Todos reconocemos que el Papa Francisco es pionero en las llamadas al cuidado del ambiente, las denuncias de sobreexplotación del Planeta, la necesidad imperiosa de “escuchar el clamor de los pobres y el gemido de la tierra” (LS 49).
Sin embargo, en la Encíclica mencionada, San Juan Pablo II hace un llamado a “tomar mayor conciencia de que no se pueden utilizar impunemente (de la naturaleza) las diversas categorías de seres, vivos o inanimados —animales, plantas, elementos naturales— como mejor apetezca, según las propias exigencias económicas. Al contrario, conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es precisamente el cosmos” (número 34) considerando “la convicción, cada vez mayor también de la limitación de los recursos naturales, algunos de los cuales no son, como suele decirse, renovables. Usarlos como si fueran inagotables, con dominio absoluto, pone seriamente en peligro su futura disponibilidad, no sólo para la generación presente, sino sobre todo para las futuras” (ídem).
Hace un mes se realizaba el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza. Con esa ocasión Oxfam, una organización comprometida en la denuncia de las desigualdades, presentó un informe que ha titulado “Desigualdad: pobreza injusta y riqueza inmerecida”. Este Informe expresa que en 2024 la riqueza de los 10 hombres más ricos del mundo creció, en promedio, casi 100 millones de dólares por día. Si el 99% de los activos de estos multimillonarios se “evaporaran” de la noche a la mañana, seguirían siendo multimillonarios.
Y veamos un contraste dramático y de total injusticia, indicado también en el informe. “El Sur aporta el 90% de la fuerza laboral mundial, pero recibe solo el 21% del ingreso laboral agregado. Las diferencias salariales son marcadas: se estima que los salarios de los trabajadores del Sur son entre un 87% y un 95% más bajos, con las mismas habilidades, que los del Norte”. Inadmisible por donde se lo mire.
El sueño de Dios es una misma familia humana en la casa común. En paz, justicia y solidaridad.
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