“No te lo pierdas. No te distraigas. Estamos a un paso de una celebración hermosa. Nuestro ánimo se dispone de modo particular a lo espiritual…” Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
No te lo pierdas. No te distraigas. Estamos a un paso de una celebración hermosa. Nuestro ánimo se dispone de modo particular a lo espiritual. Pero también son muchos los riesgos de distraernos en cosas que hacen más ruido que el nacimiento de un Niño.
Tengamos en cuenta que no quiere ser visita ocasional, sino hospedarse de modo permanente, habitar entre nosotros, mudarse a nuestro barrio. Ya está recorriendo las calles, jugando en las plazas, haciendo las compras en el almacén, esperando el colectivo, trabajando en el taller o la huerta, buscando trabajo, amamantando su bebé, enfermo o preso… Un importante texto del Concilio Vaticano II dice que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre…” (GS 22).
No lo vamos a encontrar en los ruidos que aturden, en paraísos artificiales que enajenan, en el consumismo que harta. No lo veremos entre los poderosos e influyentes. Se pasea entre los pobres, los enfermos, los últimos.
En los Templos, algunas de nuestras casas, vidrieras de comercios, hemos armado el pesebre. La cuna está preparada, pero puede quedar vacía. El Niño Dios no viene de prepo ni haciéndose lugar a los codazos. Él se ofrece. Lo que a veces se dice en algunas publicidades, en este caso es cierto: “si lo querés, lo tenés”. Solamente hace falta estirar los brazos para tomarlo y llevarlo junto a tu pecho.
Uno de los problemas que más nos aqueja en este tiempo es la angustia existencial, una vida cargada de sinsentido. Tenemos muchos instrumentos tecnológicos para comunicarnos, y sin embargo estamos más solos que nunca. Muchos no alcanzan a encontrar respuestas a las cuestiones más profundas del corazón. Promesas incumplidas, anhelos postergados, sensación de vacío interior. Es como si camináramos pesadamente en arena seca. El llamado a renovarnos en la esperanza hace llegar aire fresco a nuestra vida. Abramos las ventanas del alma.
La Navidad nos trae un mensaje de fraternidad, de paz. Pero mientras haya inequidad se impone la anomia denominada como “la ley del más fuerte” y se pisotea a los débiles. En Navidad Dios nace en fragilidad y se pone del lado de los postergados, de los que no cuentan. Nos duele la violencia en la Tierra de Jesús. En muchos lugares del mundo hace rato que no hay noches de paz.
Es significativo que Jesús nace y muere fuera de la ciudad. Se cumple lo dicho en el prólogo del Evangelio de San Juan “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11).
Nace en una gruta como la que usan los pastores para guardar sus rebaños en las noches frías. Como escribió el Papa Francisco, “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura” (EG 286). Jesús nace entre animales. Las representaciones que hacemos en los pesebres quieren manifestar a toda la creación en torno al Niño. Las estrellas, la cueva en la roca, el pasto, el agua, los animales, los pobres, los Ángeles.
Aquella cueva de animales en las periferias de Belén acogió a una familia excluida de otros sitios. Se transformó en lugar de ternura e inclusión.
En la Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, Dios hecho hombre, ni más ni menos que la llegada de un bebé divino que nos abre a la esperanza de algo nuevo.
¡Bienvenido, Niño Dios!
Agendá este número
3446 535436
Enviá tus noticias, fotos o videos al número agendado
¡Listo! Tu noticia se enviará a nuestros periodistas
Estamos en Facebook danos un me gusta!