A 46 años de la desaparición de Noni González y el Ruso Dezorzi, secuestrados durante la dictadura en plena ciudad. Dos casos no cerrados, donde las pistas se pierden. El informe de Fabián Magnotta.
Agosto de 1976 teñido de gris en Gualeguaychú. Reinaba la dictadura, estaba todo diagramado y vigilado, hasta el vuelo de las moscas, con civiles como soplones. Nada debía salirse de lo socialmente uniformado. Era la ciudad de la tensa represión latente, de secretos y de miedos, donde había que aprender a espiar por la ventana y callarse, a veces para siempre. El silencio era lo más aconsejable. Estaba cómoda la “sociedad visible” de Gualeguaychú con Videla; al medio existía la precaución de no hacer nada incorrecto; y el dolor y la más cruel soledad llegaban a algunos rincones como un pájaro maldito.
Desde 1975 se habían producido violentas detenciones ilegales (sin orden judicial) contra militantes políticos en una ciudad donde jamás hubo una acción guerrillera.
Los gualeguaychuenses detenidos sumaron decenas, los desaparecidos son 36. Solo dos de ellos fueron levantados en la ciudad y jamás aparecieron: Norma Beatriz González y Oscar Alfredo Dezorzi. Noni y el Ruso.
Con el tiempo até los cabos sobre las fechas de los dos únicos desaparecidos tras ser secuestrados “en” Gualeguaychú, hechos ocurridos cuatro meses después del golpe de Estado. Demasiado cercanas y con pocas horas de diferencia. Dezorzi fue levantado en la madrugada del martes 10 de agosto de 1976 en su casa de Mosto 305, casi La Rioja. Noni González a las 11 del jueves 12, en calle Rosario, casi Urquiza. Apenas más de 48 horas, y 11 cuadras de diferencia. ¿Fueron los mismos los que llegaron y los llevaron sin ninguna imputación judicial? ¿Qué hicieron con ellos?
Ambas desapariciones fueron juzgadas en Causa Harguindeguy. Por los dos hechos (y otros) fue condenado a prisión perpetua Juan Miguel “Tito” Valentino, que era jefe del Regimiento de Gualeguaychú, responsable del área 223 del Ejército y estuvo en la ciudad desde diciembre de 1974 hasta noviembre de 1976, tiempo que le alcanzó para hacer buenos amigos. Segundo jefe era el capitán Gustavo Zenón Martínez Zuviría, quien falleció en los 90 de un paro al corazón, antes del juicio humano. Hubo otras personas nombradas del Ejército y de la Policía, pero no más condenas.
Han aparecido testimonios en la Justicia, así como periodísticos e informales, pero no se ha encontrado documentación relacionada con los operativos para las dos detenciones ocurridas en Gualeguaychú que terminaron en desaparición. Nada. Si había algo se lo llevó el fuego; se quemaron armarios en varias (o todas) fuerzas de seguridad de esta ciudad. La Cámara Federal de Casación consideró probados ambos asesinatos.
*EL RUSO DORMÍA
En el caso de Oscar Alfredo Dezorzi, ingresaron sin orden judicial a la casa de sus padres. La calle se llamaba Estados Unidos (tras Malvinas cambió por Soldado Mosto), a metros de la esquina con La Rioja.
Timbre en la madrugada del barrio norte. Eran tres hombres vestidos de civil, con pistolas y una ametralladora. Al Ruso lo esposaron y se lo llevaron vestido solo con calzoncillos y zapatos, luego recibieron un pantalón y un saco que les dio Carlos, su padre. Silvia, hermana del Ruso, vio que lo subieron a un Fiat familiar.
El padre concurrió a la Jefatura de Policía, donde le dijeron que a su hijo lo habían detenido de la Policía Federal. No supieron más aunque preguntaron en varias ciudades, y cada semana ante el juez de Instrucción (penal) Celestino Toller.
Oscar tenía 26 años. Era empleado público y estudiaba ingeniería electromecánica en Paraná. Estaba casado y tenía un bebé de 5 meses. Era maestro, y en esa época pensaba en irse al sur como docente.
El exintendente de Gualeguaychú Daniel Irigoyen, que también estuvo detenido varios años en dictadura, ha recordado que él había ingresado como seminarista en 1970 y lo habían mandado a estudiar a Brasil, tras lo cual llegó al barrio San Agustín de Paraná y como cristiano creía que debía acercarse a la gente, por lo cual empezó a militar en la Juventud Trabajadora Peronista: “En el barrio nos seguíamos considerando seminaristas, y hacíamos militancia social, les enseñábamos a leer a la gente”.
Dezorzi, a quien Irigoyen conocía de Gualeguaychú, estaba haciendo el servicio militar en Paraná y en el año 1972 no tenía dinero para viajar los fines de semana, por lo que Irigoyen lo invitaba a su casa. Así ingresó a la militancia y se sumó a enseñar a leer a chicos humildes. “Era una persona buena, desinteresada”, describió Irigoyen.
El hijo del Ruso, Emanuel Dezorzi, contó que ““Yo nací en Paraná el 29 de febrero de 1976, veinte días antes del golpe. Papá y mamá vivían allá, mi viejo estaba estudiando y trabajaba en el Ministerio de Agricultura de la provincia y era militante de la Juventud Peronista. El 24 de marzo se produce el golpe y a él lo dan de baja automáticamente del trabajo y de la facultad. A iniciativa de mamá se vienen a Gualeguaychú a mediados de abril, se instalan provisoriamente; mamá y yo en casa de mis abuelos maternos, y papá en casa de los abuelos paternos. El trata de empezar a buscar trabajo en Gualeguaychú y ubicar una casa donde poder vivir juntos y a los cuatro meses, el 10 de agosto de 1976 a la madrugada, entran a la casa de mi abuela Teresita (Giacopuzzi de Dezorzi) tres o cuatro personas armadas, los encañonan, lo secuestran a mi viejo, se lo llevan y nunca más se supo nada de él”.
“Él militaba en la Juventud Peronista. Andaba por los barrios, iba a las escuelas rurales, porque también era maestro. Hacían instalaciones de agua corriente en casas humildes. Él siempre me comentaba con alegría todo eso que hacía. El era amigo, compañero de otro chico desaparecido, Claudio Fink”, relató Teresita, la mamá. Claudio desapareció el 12 de agosto de 1976 en Paraná, dos días después que el Ruso, mismo día que Noni.
Tras el secuestro, Teresita visitó en el Arzobispado de Paraná al capellán del Ejército, monseñor Julio Metz, quien le aseguró que había visto a su hijo con vida. Días después regresó, pero el religioso fue franco: “Me dijo que le habían dicho que si me daba información, lo iban a tirar desde un avión al río”. Nunca más supieron nada, a pesar de gestiones ante la OEA y la Embajada de Italia.
Emanuel Dezorzi señaló que su madre Alicia presentó una denuncia ante el juez Celestino Toller, quien le recomendó que dejara la búsqueda en manos de los padres del Ruso, para no correr riesgos. El magistrado pertenecía a la Iglesia Católica más ortodoxa, de coincidencia ideológica con la dictadura. Los militantes juveniles participaban en la Iglesia de los pobres, los llamaban Tercermundistas. Católicos todos, pero diferentes.
Emanuel recordó las múltiples consultas y los viajes que hizo su familia, y expresó que “mi viejo medía 1,90, era flaco, alto, pelo rubio clarito…Todos los relatos que tengo, es que era un fenómeno… Yo los creo… ¿quién me va a venir a decir a mí que era un mal tipo? Y a algunas personas les creo, porque sé que me dirían la verdad. Mamá, por ejemplo. Tenía una gran convicción en lo que creía y tenía un deseo de mejorar las cosas para otros, para los que más lo necesitaban desde su punto de vista. Después, no sé si hizo cosas malas, criticables… si le hizo daño a otras personas, no lo sé…también me privaron de eso”.
*LAS FALSAS ACUSACIONES
El 25 de enero de 1977, cuando Dezorzi y Noni ya llevaban más de cinco meses desaparecidos, los diarios Clarín y la Nación “informaban” que un tribunal militar había enjuiciado a integrantes de Montoneros, y además consideraba “prófugos” a Norma Beatriz González (Noni) y Óscar Alfredo Dezorzi (Ruso), por la acción de Montoneros que terminó con la vida del General Jorge Esteban Cáceres Monié y su esposa en Villa Urquiza, Paraná, el 3 de diciembre de 1975, cuatro meses antes del golpe. Tras ese episodio, en realidad, se inició una caza de brujas.
Y en febrero del 77, un organismo humanitario Internacional visitaría la Argentina con la condición de que no hubiera detenidos sin causa judicial, por lo que la dictadura improvisó un “consejo de guerra” para acusar no solo a presos políticos, sino también a desaparecidos.
El Consejo de Guerra Especial Estable Nº 1 de la Subzona de Defensa 22 de la ciudad de Paraná fue presidido por el General Juan Carlos Trimarco, primer interventor de Entre Ríos el mismo 24 de marzo de 1976.
Sobre el crimen de Cáceres Monié en diciembre del 75, Daniel Enz cuenta en su libro “Rebeldes y Ejecutores” que el hecho fue esclarecido, y todos los participantes fueron ultimados en distintos momentos y lugares. También se detuvo a unos 50 militantes que nada tuvieron que ver con el hecho, agregó.
“Hacía casi seis meses que militantes de Montoneros de Paraná y Santa Fe, con la apoyatura de hombres de Córdoba, Rosario y Buenos Aires, lo venían investigando sigilosamente, como parte del denominado Operativo Cacerola. Lo consideraban un peligroso hombre a favor de la concreción de un nuevo golpe que en el país se estaba gestando y entendían que no estaba ajeno al plan. Pero para muchos de esos jóvenes militantes era también un símbolo del poder militar; ese mismo que en las décadas pasadas había representado los fusilamientos contra los peronistas; se había ensañado con el cadáver de Evita o que había bombardeado la plaza de Mayo”, escribió Enz.
Tanto la Noni como el Ruso desaparecieron sin tener una imputación judicial, solamente “rumores” que se lanzaban cuando ya habían desaparecido, algo muy propio de la época y una estrategia estudiada para justificar acciones del terrorismo de Estado con la generalización acusadora de “algo habrán hecho”. Además, si Dezorzi fue encontrado durmiendo en casa de sus padres y sin armas, estaríamos ante un “clandestino” demasiado inocente, casi irresponsable. Pero la dictadura tenía el poder de mentir, y nadie el de desmentir. ¿Prófugos? Llevaban ya seis meses desaparecidos…Era acción psicológica para justificar el genocidio.
*NONI ESTABA TRABAJANDO EN LA OFICINA
Noni González tenía 21 años, había concurrido a la escuela Rawson y al colegio nacional Luis Clavarino. Fue levantada de la oficina sobre calle Rosario a pocos metros de calle Urquiza, perteneciente al supermercado El Picaflor, donde en los tiempos actuales se instalaron Naldo Lombardi y luego un gimnasio. La subieron a un Fiat 128 color gris, otro lo vio amarillo opaco, otra vio un Falcon azul. Y nunca más.
-¿Quién es Beatriz González?- preguntó el hombre gordo de unos 55 años, de saco azul y pantalón que ingresó a la oficina, acompañado por otros dos más jóvenes, uno de ellos de campera negra. Algún testigo vio que estaban armados con pistolas y ametralladoras.
-La llevaremos como testigo- fue lo que explicó uno de los individuos. Ninguno se identificó. Una de las empleadas de la oficina dijo que nunca había visto a esas personas ni a ese auto en la ciudad. Era una población de menos de 40 mil habitantes, todos alguna vez nos habíamos cruzado.
Desde adentro vieron que a Noni la sentaron en el asiento trasero, al medio de los dos represores. Siempre impactó la impunidad: un secuestro a plena mañana, en zona céntrica y frente a un concurrido supermercado.
A un hermano de Noni le dijeron que el auto dobló en calle San Martín, que en ese tiempo circulaba de este a oeste.
Noni era muy católica. Salía del trabajo y enseñaba a leer en el barrio norte, soñaba con hacer una plaza para aquellos gurises. La Cuchilla era monte, pobreza en ranchitos, silencio y soledad.
En aquellos meses, Noni visitaba en la Unidad Penal 2 de Gualeguaychú a su novio Raúl “Caburo” Rodera, un cordobés que había llegado a Gualeguaychú como topógrafo de una empresa. El plan de Noni y Raúl era casarse en esos meses. Noni desapareció, Raúl se fue a España y se convirtió en empresario. A una hija mujer la bautizó como Norma Beatriz. En la casa de Noni todavía conservan, intacto, el vestido de novia.
La mamá de Noni, Mireya Barquín de González, dijo que escuchó que los secuestradores se habían alojado en el Regimiento de Gualeguaychú la noche anterior. Recordó también que días antes y días después observaron movimientos extraños en su cuadra, con policías montadas. Ya les habían allanado la casa tres veces, y a Noni la habían llevado por unas horas a la Policía Federal de Concepción del Uruguay y al Regimiento de Gualeguaychú.
Un vecino que era conscripto en el Regimiento de Gualeguaychú, le hizo saber a Mireya que él hacía guardia y ese jueves 12 le habían dado la orden de no controlar al vehículo de “un señor Alzogaray” ligado a la Policía Federal, ni a la gente que llevaba.
Dos de las amigas de Noni eran las hermanas Licha y Norma Chiama. Norma recuerda que el día antes, el miércoles 11, Noni fue a su casa y no la encontró. Y le escribió en el espejo del baño: “querida rayadita tenía muchas ganas de verte pero qué pena que no te encontré”.
“Nosotros queríamos una Argentina digna, los militares eran tipos oligarcas que querían llevarse todo por arriba. Nosotras hacíamos el bien para la gente, al pobrerío. Queríamos una humanidad donde fuéramos todos iguales”, destaca Licha Chiama sobre la militancia con Noni.
La familia de Noni tenía el histórico kiosco en plaza San Martín, frente a esa Catedral que nunca habló. Apenas a una cuadra de donde desapareció.
Un integrante de la Policía Federal le dijo a este periodista hace pocos años: “Los mejores datos, a nosotros nos llegaban por la gente de la Iglesia Católica. Muchos militantes políticos eran católicos y en las familias de la Iglesia nos decían qué hacía cada uno de los jóvenes que debíamos vigilar, en qué barrios andaban y demás”. Allegados a Noni recuerdan que su madre Mireya pidió una audiencia al Obispo de Gualeguaychú, Monseñor Pedro Boxler, que nunca fue concedida, pese a lo cual llegó a hablar con el Papa Juan Pablo II. También se recuerda que en la Catedral de esta ciudad se realizaban las “reuniones de los jueves”, donde señalaban a militantes sociales y políticos.
El hermano de Noni, Pedro “Quitito” González, recuerda como si fuera hoy. “Esa mañana yo salgo del quiosco y voy a ir a hablar con ella y cuando estoy llegando veo un tumulto, y me dicen que la acababan de detener”.
De inmediato fue a la Jefatura de Policía “y no me aceptaron la denuncia, me decían que no podía ser, y nosotros dimos los datos de que uno de los hombres que se la llevaron era un hombre canoso alto, y de traje”.
“Al que más le desconfío es a Gustavo Martínez Zuviría, porque tras la detención, con mami fuimos al Regimiento y tuvimos una entrevista con Zuviría, luego con Valentino, y se hicieron los sorprendidos y les dijeron que probablemente estuviera en Concepción del Uruguay”, agregó.
*¿Y LUEGO QUÉ PASÓ?
Hipólito Alberto Irigoytía hizo el sumario por la desaparición de Norma Beatriz González en la Jefatura de la Policía de Gualeguaychú, así fue que recibió denuncias de familiares y testigos; llegando a determinar que fue sacada por la fuerza en un auto. Agregó que si bien no lo pudo comprobar, se comentaba que las fuerzas militares eran los responsables, y era tal su convicción al respecto que llamó a declarar a personal del Ejército “pero no pasó nada; se ponían trabas para investigar, le indicaban como debía hacer las cosas y como subalterno debía obedecer”. Relató además que en esa época se hacían operativos con personal del Ejército y la Policía y aunque no sabe cómo se transmitían las órdenes, recuerda que les decían que debía ir con personal militar a realizar un procedimiento, indicando ellos qué hacer y que los procedimientos eran sin órdenes judiciales. Recordó también que se hacían seguimientos a las personas de izquierda por orden del Servicio de Inteligencia del Ejército. Finalmente, señaló que se comentaba que el jefe del Regimiento Valentino era quien daba las directivas. (Testimonio judicial).
Fernando Guillermo Caviglia (hoy funcionario provincial), quien estuvo detenido en el Batallón de Comunicaciones del Ejército en Paraná, dijo que supo “por comentarios” que en ese lugar había estado detenida Noni.
Lorenza Robelia Leones de Magariños, que estuvo detenida en el Ejército en Paraná, dijo que “a Dezorzi lo conocía, ya que era cadete del supermercado `Los Hermanitos´ y generalmente me llevaba la mercadería hasta mi casa, tenía características físicas muy particulares que me permitieron reconocerlo pese a que se encontraba encapuchado; era de contextura delgada pero fuerte, rubio, de cabello ondulado, manos grandes con vellos rubios y creo que ojos claros. En los cuarteles pude verlo a través de una ventana cuando lo llevaban al baño. Vestía vaquero, campera azul, zapatos negros, estaba custodiado a ambos lados por personal militar. Lo reconocí por su manera de caminar y por las manos; no estaba alojado en los mismos calabozos que otros muchachos, pero si en otro lugar dentro del cuartel“.
Daniel Irigoyen recordó que Alicia “Kely” Ballesteros, detenida en Comunicaciones del Ejército en Paraná, vio pasar dos veces a una persona que podía ser Dezorzi. También Mireya, la madre de Noni González, relató que su cuñado Otto Heiler, que trabajaba en Prefectura, le contó que su jefe le había dicho que a Dezorzi y a Noni los habían llevado a Paraná y que al ruso lo torturaban. (Testimonios judiciales).
Hasta ahí, tendríamos a ambos en Paraná. Por datos vagos que reunió Mireya en su largo andar, a Noni la habrían llevado desde Gualeguaychú a Paraná, y luego a Rosario.
*¿QUIÉNES FUERON?
El músico Ricardo “Pico” Silva fue detenido también el jueves 12 de agosto, el mismo día que la Noni pero por la noche y por policías de Gualeguaychú, frente a testigos. Pico estaba tocando en el club La Vencedora y lo llevaron. Le dijeron que cantaba "canciones de protesta". Pasó la noche en Jefatura de Policía y de allí fue trasladado a Comunicaciones del Ejército, en Paraná. Cuatro días antes, el Ruso le había presentado a su pequeño hijo. Dos días antes había compartido un asado con Noni y otras personas, y al volver con ella y otro amigo notaron que un patrullero los seguía. Hoy, Pico cree que salvó su vida porque fue detenido por efectivos de Gualeguaychú, a diferencia de Noni y el Ruso. Mandaba tanto la muerte, que a veces era una cuestión de suerte.
Todo parece indicar que en Gualeguaychú, en las dos desapariciones, podrían haber actuado el Ejército y la Policía Federal, con inteligencia local realizada por Policía de Entre Ríos. “Fuerzas conjuntas” las llamaban. Al menos tres personas actuaron directamente en cada caso, en ambos armas, todos de civil y no eran gente conocida en la ciudad.
Consultado un hombre del Ejército de aquella época, dijo que los casos de Noni González y De Zorzi fueron hechos por Policía Federal y Ejército de Paraná.
El juez Toller declaró en la causa que se reunió el 17 de agosto de 1976 con Valentino, jefe del Regimiento, y él le dijo que “los habían venido a buscar en vehículos de la Policía Federal de Paraná, pero que él no había podido hacer nada para evitarlo, ni pudo recabar información posteriormente”.
Un alto jefe policial de Gualeguaychú de la época dijo al autor de esta nota que “venían de afuera y a nosotros nos mandaban a un lugar equivocado, hacían y se iban”. En tanto, un dirigente de Montoneros reveló que “los militares actuaban igual que nosotros. Los locales hacían la inteligencia, el seguimiento de personas y marcar lugares; y la acción final la realizaban quienes venían de afuera”.
Secuestros…testimonios que los ubican en Paraná, relatos a veces contradictorios como retazos robados a la historia, y las pistas que se tornan difusas hasta perderse en el enigma de la niebla de agosto.
¿Pueden encontrarse los restos? Es difícil, a casi medio siglo la gran mayoría de los desaparecidos no fueron encontrados, aunque se hallarán más. Si ambos siguieron el eje Gualeguaychú-Paraná-Rosario, habrá que continuar las investigaciones. Hace poco tiempo comenzaron a trabajar la posibilidad de vuelos de la muerte desde Rosario. No hay más por ahora.
Con tantas décadas transcurridas, sigue el misterio. Decenas de personas deben tener información al respecto, pero nunca hablaron. Por participación, por complicidad, por compromisos, por temor. No cuentes lo que viste en los espejos, no tendrás poder, ni abogados, ni testigos…cantaría Charly García.
El silencio era un mandato en ese invierno de las calles sin colores, donde la risa no era general ni cotidiana, y muy poquitos reían, siempre los mismos. Tener miedo era como lavarse la cara, algo de todos los días hasta acostumbrarse al agua fría.
Interminables el dolor, la soledad y la ausencia para algunas familias víctimas del genocidio. Gualeguaychú, agosto de 1976, postal de una época penosa, destemplada. Que no desaparezca la historia.
*Fabián Magnotta.
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