COLUMNA

20 de Agosto de 2016

LOS CATEQUISTAS Y LAS OLIMPíADAS

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

Redes Sociales

 

Muchas tareas de la comunidad cristiana son irrenunciables. Las podría resumir en tres: la alabanza a Dios, la atención a los pobres y la Misión-catequesis. Son expresión de la continuidad de la presencia de Cristo en la Iglesia como Sacerdote, Profeta y Rey.

Después de la Pascua Jesús envió a los discípulos con este mandato: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc. 16, 15). Parte de esta misión la desarrollan los catequistas. Ellos se encargan de acercar la Palabra a niños, jóvenes y adultos. No se trata solamente de “enseñar cosas” de Jesús, sino ayudar al encuentro con Él para hacernos sus amigos. Muchas veces se identifica a la catequesis como preparación para la Confirmación o para recibir la Primera Comunión. Pero siendo esto cierto, enseguida debemos decir que no es suficiente. El objetivo de la Catequesis es introducir a quien está haciendo ese camino en la vida de la Comunidad Cristiana.

La Catequesis tiene diversas etapas. De hecho, podemos decir que es un proceso permanente, porque toda la vida tenemos que seguir creciendo en nuestra amistad con Jesús. También tiene lugar en muchos lugares: Parroquias, Capillas, las casas de familia, Comunidades Educativas, Hospitales, Cárceles…

Con frío o calor, con lluvia o sol, allí están los catequistas asumiendo con firmeza y cariño el compromiso asumido. No hay espacio para la comodidad.

En el caso particular de catequistas de niños tienen la hermosa misión de enseñar a rezar a los más “peques” del reino, a dialogar con Jesús, con la Virgen, los Santos. Se busca lograr la experiencia de encuentro con Jesús que nos colma de alegría y nos ayuda a percibir el amor de Dios por cada uno de nosotros y por todas sus creaturas como parte de su Plan de Salvación. Cuánta ternura, cuánta creatividad pastoral desarrollan los catequistas para llegar a los pibes. Yo mismo como sacerdote, en las parroquias donde me tocó servir y en la que tuve la gracia de fundar, durante las misas de niños llevábamos adelante diálogos entre catequistas, padres, con los chicos mismos, buscando recrear el evangelio del día, con marionetas, escenografías sencillas y diversas expresiones artísticas que acentuaran para la comprensión infantil la belleza de la palabra de Dios desplegada en la Eucaristía.

En realidad debemos recordar que los padres son los primeros catequistas de sus niños. Cuando se acercan a pedir el bautismo para su hijo se comprometen a educarle en la vida de la fe. Por eso Francisco nos recuerda en su Exhortación Apostólica sobre la “Alegría del amor” que “el hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo. Esto comienza en el bautismo, donde, como decía san Agustín, las madres que llevan a sus hijos «cooperan con el parto santo». Después comienza el camino del crecimiento de esa vida nueva. La fe es don de Dios, recibido en el bautismo, y no es el resultado de una acción humana, pero los padres son instrumentos de Dios para su maduración y desarrollo”. (AL 287). Francisco también enseñó acerca de esto en una catequesis el año pasado: “Es hermoso cuando las mamás enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en ello! En ese momento el corazón de los niños se convierte en espacio de oración”. Una misión (o un compromiso) poco comprendido y cada vez menos asumido. Muchos chicos llegan a la catequesis sin haber aprendido alguna sencilla oración y sin que en sus casas se haya hablado de Dios o realizado alguna práctica de la fe. Cada vez se arranca de más atrás en el camino de acercarse a Jesús.

En estos días en los cuales se desarrollan las Olimpiadas en Río de Janeiro, en los reportajes que realizan a quienes triunfan, se destaca la importancia de los primeros pasos dados cuando niños, y la perseverancia.

San Pablo, hace 20 siglos, utilizaba este ejemplo: “¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo gana el premio? Corran, entonces, de manera que lo ganen. Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible”. (I Cor 9, 24 – 25) Podemos preguntarnos,  ¿para qué nos esforzamos en la vida? ¿Qué sentido tiene tu vida?

La misión de la Iglesia sigue siendo la misma: comunicar la alegría del Evangelio, anunciar la Buena Noticia, contagiar el entusiasmo que nos provoca el encuentro con Jesús Vivo. El Papa Benedicto XVI dijo: “la Iglesia crece no por proselitismo, sino por atracción”. Y en la delantera de suscitar atracción están los catequistas. Son el rostro maternal de cada comunidad.

Alguna vez se me ocurrió preguntarme “¿qué sería de la Iglesia sin los catequistas?”. “¿Cómo haríamos para que muchos puedan compartir la alegría de reconocerse amados por Dios?”

Es necesario insistir en algo importante. La catequesis es responsabilidad de toda la Iglesia, no sólo de los catequistas. Ellos asumen esta responsabilidad como en representación de la comunidad y convocados (llamados) por la Iglesia. Por eso decimos con toda certeza que es una vocación, y requiere entrega, disponibilidad y confianza en Dios. Apertura a la obra del Espíritu Santo.

Muchas veces nos puede llegar la tentación del desaliento porque parece que no logramos los resultados esperados. Tengamos una mirada de fe y esperanza. Sabemos que ninguna obra de amor queda sin recompensa.

Hoy, conmemoración de San Pío X, es el día de los Catequistas. A todos ellos les decimos ¡felicidades! y ¡muchas gracias!

El próximo sábado 27 de agosto será beatificada en su Santiago del Estero natal María Antonia de Paz y Figueroa, más conocida como “Mama Antula” como la llamaban en lengua quechua. Ella llevó los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola por muchos pueblos del norte de nuestro país y también los predicó en Buenos Aires. Una frase suya la pinta de cuerpo entero: “Quisiera andar hasta donde Dios no fuese conocido”. Qué gracia tenerla cerca del Padre y contar con su intercesión.

 
Senado ER

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