COLUMNA

09 de Abril de 2016

La alegrí­a del amor en la familia

“Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil.” Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

Redes Sociales
Jorge Lozano

 

El viernes pasado se presentó en el Vaticano la nueva Exhortación Apostólica llamada “La alegría del amor”, referida a la situación de las familias y la atención pastoral que debemos brindarle. Este documento es fruto de un trabajo de reflexión comunitario. Tuvo dos instancias sinodales: octubre de 2014, y en el mismo mes del 2015, Francisco recogió los aportes de ambos momentos para escribir este documento.

 

Se transitó un camino de discernimiento comunitario que no busca cambiar la doctrina, sino acercarse a una realidad cambiante para iluminarla y alentarla desde la Palabra de Dios. Es el deseo del Papa, los obispos y toda la Iglesia, de buscar la salvación de todos, ya que por todos murió y resucitó Jesús. Nadie queda afuera del amor de Dios, y por lo tanto de la solicitud pastoral de la Iglesia.

 

Acerca de discernir adecuadamente las diversas situaciones familiares ya había enseñado Juan Pablo II: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido.

 

”En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza” en Familiaris Consortio 84. Y el Papa Benedicto XVI había señalado en Sacramentum Caritatis 29: “Sin embargo, los divorciados vueltos a casar, a pesar de su situación, siguen perteneciendo a la Iglesia, que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea de educar a los hijos”.

 

Francisco ha fomentado el diálogo con el mundo y el interior de la Iglesia. Lo opuesto es el monólogo en el cual uno solo es el que habla, corriendo el riesgo de escucharse solo y quedarse solo. En cambio, emprendió el camino del Sínodo escuchando todas las voces y opiniones, incluso de algunos personajes que lo cuestionaron públicamente y hasta con un modo poco frontal o viril.

 

El Papa utiliza un lenguaje accesible, buscando por todos los medios que a cada uno quede claro que Dios le ama y la vida de cada persona forma parte de un proyecto de Su Amor. En este contexto entendemos mejor el Plan de Dios acerca del amor humano y la familia.

 

Te comparto unos párrafos de esta Exhortación Apostólica.

 

“La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia.” (1)

 

El mismo Francisco nos comenta en la introducción qué temas aborda: “En el desarrollo del texto, comenzaré con una apertura inspirada en las Sagradas Escrituras, que otorgue un tono adecuado. A partir de allí, consideraré la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra. Después recordaré algunas cuestiones elementales de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, para dar lugar así a los dos capítulos centrales, dedicados al amor. A continuación destacaré algunos caminos pastorales que nos orienten a construir hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios, y dedicaré un capítulo a la educación de los hijos. Luego me detendré en una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone, y por último plantearé breves líneas de espiritualidad familiar”. (6)

 

“En el horizonte del amor, central en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia, se destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales: la ternura.” (28)

 

“Ante cada familia se presenta el icono de la familia de Nazaret, con su cotidianeidad hecha de cansancios y hasta de pesadillas, como cuando tuvo que sufrir la incomprensible violencia de Herodes, experiencia que se repite trágicamente todavía hoy en tantas familias de prófugos desechados e inermes.” (30)

 

“El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una respuesta al llamado específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia. Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional.” (72)

 

“Todo lo dicho no basta para manifestar el evangelio del matrimonio y de la familia si no nos detenemos especialmente a hablar de amor. Porque no podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar.” (89)

 

“Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil.” (106)

 

“El Sínodo se ha referido a distintas situaciones de fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar [...] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración [...] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero [...] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita» [326]. Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición».” (296)

 

“Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas, como las que mencionamos antes, puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos. Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que «el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos» [335], las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas [336].” (300)

 

“Es una honda experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él. Esto reclama una disponibilidad gratuita que permita valorar su dignidad. Se puede estar plenamente presente ante el otro si uno se entrega «porque sí», olvidando todo lo que hay alrededor.” (323)

 

 
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